El pintor de brocha gorda (II)
Un día, en el taller de Picasso, éste mostró a Braque el último trabajo realizado, un extraño lienzo: unos desnudos realizados a base de planos y formas angulosas ( Picasso había adoptado y desarrollado la estructura compositiva plana de Paul Cézanne), cualquiera hubiera tomado aquello por una rotura de cristales. Braque, por el contrario, reconoció en esos planos y ángulos los principios geométricos de la anatomía superficial. Comprendió que aquello era lo que buscaba, un medio creativo que no limitase a hacer facsímiles de lo natural.
Los dos jóvenes se hicieron íntimos amigos, tanto, que durante varios años fue punto menos que imposible distinguir las obras de uno de las del otro. Fueron explorando nuevos territorios creando un arte que todo lo reduce a las formas básicas, cilindros, conos, esferas y cubos: “Cubismo”.
Pero la crítica e incluso otros artistas, motejaron aquel arte como engendro deplorable; el célebre Salón de Otoño parisino, rechazó las obras de Braque con duras críticas. Tras su dramática experiencia bélica, sus nuevas pinturas fueron algo más naturalistas aunque no mucho, jamás abandonó la “arquitectura de la pintura” por la copia exacta de la naturaleza. Para entonces, su obra ya era apreciada, sus telas eran calificadas por no pocos críticos de incomparables. Creció su fama y sus ingresos; en 1924, catorce años después de haberle sido rechazada su obra, el Salón le invitó a exhibir. Braque mandó catorce lienzos, uno por cada año; todos se vendieron.
Pero aún así, muchos críticos y público seguían denostando su manera de pintar. Todavía en 1937, un famoso crítico estadounidense al ver el primer premio de la Internacional Carnegie, en Pittsburgo, concedido a Braque, comentó: “¿Esto es un cuadro o una burla?”. El pintor nunca se tomó la molestia de discutir con sus detractores.
Frisaba los cincuenta años cuando logró realizar el sueño de juventud: tener una casita en Normandía, a orillas del mar. Compró una humilde alquería normanda con ventanas de batiente y techumbre de tejas rojas; pero en el jardín, se hizo construir un moderno taller de alta techumbre con cristales por doquier, de tal manera que, aún en los días mas nublados, la luz entraba a raudales. Allí trabajaba rodeado de caballetes y de muebles rústicos, la mayoría de ellos construidos por él mismo; no se veían modelos, bocetos, ni apuntes por los cuales el pintor pudiera guiarse: « Nunca me represento mentalmente un cuadro antes de comenzar a pintarlo», decía Braque. «Se va formando por sí mismo bajo el pincel… yo lo descubro en el lienzo».
Cercano a la muerte, dedicaba el día entero al trabajo, pintando, esculpiendo (realizó muchas esculturas), o llevando a cabo cualquier otra obra manual. Ante el caballete, mostraba su figura esbelta, espigada, cabello blanco, blusa de pintor y pañuelo amarillo al cuello. Se diría que actuaba en alguna película en el papel de pintor. Sin aspecto de revolucionario lo fue, pues, con su amigo Pablo Picasso, el pintor de brocha gorda implantó un nuevo modo de ver y revolucionó la pintura.