López & Ramírez

El taller estaba situado en una vieja casa de vecinos en la calle Seis de Junio, flanqueado a su derecha por el taller de fontanería Rodríguez, que hacía esquina con la calle de S. José y a su izquierda por la pequeña portada de la casa y el taller de recauchutados Miguel. En ella vivía un amigo de juventud y allí hacíamos algún guateque con el tocadiscos que a Pepe, otro amigo, le había comprado su padre, supuestamente, para estudiar inglés.Una noche parte de aquella vivienda se vino abajo y desde la calle podían observarse las habitaciones de arriba, al otro lado del patio, sin pared frontal con los muebles y enseres a la vista, como una gran casa de muñecas. Acabó fagocitada por la incipente vorágine de la construcción y hoy es el “Edificio del Rey”.

Estos dos artistas, Casildo López y Juan Ramón Ramirez, lo fueron para mí porque traspasaron la línea borrosa y poco definida que, en algunos campos, separa la artesanía del arte. Casildo y Juan Ramón trabajaban asociados, en un tiempo colaboró con ellos el “Chiqui” (Julián), hermano del segundo. Realizaban proyectos decorativos, pintura, escayola, estucos, moldeado, etc. Pero antes fueron dos alumnos aventajados de Santos el escultor y sabían dibujar. Con Casildo apenas hablé, tan sólo cuando de joven, iba a comprar tabaco al estanco de su hermana Laura y esporádicamente él la sustituía; pero cuando pasaba por la puerta del taller, me detenía brevemente y lo observaba con respeto, admiración y curiosidad. La camisa de manga cota por fuera, pantalón y zapatillas todo de blanco, las gafas con montura dorada suspendidas del cuello con una cadena o caídas en la punta de la nariz, el flequillo rubio y ondulado sobre la frente, serio, abstraido; para mí era un verdadero artista de Montmartre. Restauraba la policromía y el dorado de las imágenes y dominaba con soltura el color y el dibujo hornamental. A Juan Ramón le conocía personalmente, era migo de mi suegro y si alguna vez coincidíamos en la exposición nacional, ahora internacional, charlábamos sobre las obras allí expuestas. Una vez me contó como un día se marchó para “hacer las Américas”. Pienso que quizás aquejado de nostalgia y añoranza, dejó atrás el azul del océano retornando a nuestros verdes mares de pámpanos, aquellos que él dibujaba con tanta soltura y expresividad, complementados con los zarcillos o tijeretas (yo los llamo enredavientos), retorcidos en espiral, helicoidales o en curvas y recurvas imposibles. Realizó el cartel de la “Feria Regional Vino de la Mancha” septiembre de 1952, reeditado en su cincuenta aniversario.

La maestría y elegancia en los diseños y realización de carrozas para el desfile del día de la Virgen y las justas florales de la capital, les fueron recompensadas en numerosas ocasiones con merecidos premios. Creo recordar una enorme mariposa multicolor que batía sus alas en una de aquellas carrozas; en otra, unas delicadas amapolas de enhiestos tallos verdes y corolas rojas, daban asiento, desafiando a la gravedad, a la reina y damas de las fiestas del vino. Para la realización de estos trabajos empleaban a varias jóvenes cuya misión era cubrir los volúmenes y formas con papelillos de múltiples colores, el taller improvisado era el patio de alguna bodega.

Casildo y Juan Ramón crearon escuela, fueron maestros de gran número de profesionales de la pintura decorativa y llevaron su quehacer más allá de lo puramente artesanal.