El férreo escultor tullido (II)
La vida del escultor Antonio Francisco Lisboa, giró dramáticamente al llegar a los cuarenta años. En la historia del arte, pocos casos de impedimentos físicos se han conocido, salvo Toulouse Lautrec, renqueando por Montmartre con sus cortas piernas o el artrítico Renoir. Pero no son comparables a la intensidad del tormento y el triunfo de “El Pequeño Tullido”.
A la edad citada, su organismo fue atacado de una extraña e incurable enfermedad; según unos diagnósticos lepra, según otros, escorbuto o artrítis complicada con alguna disfunción del sistema circulatorio. En cualquier caso, la dolencia fue paralizándole lentamente las piernas, retorciéndole sus fuertes y sensibles manos hasta convertirlas en dolorosas garras. Después se gangrenaron y finalmente se desprendieron; primero los dedos de los pies, y luego los de las manos.
Lejos de abandonar su quehacer, el artista lo prosiguió con más ímpetu, cuanto más lo acometía la enfermedad, mayor era su fe y pasión creadora. La construcción de iglesias y escultura religiosa, se convirtió en la obsesiva pasión de su vida. Al principio, se arrastró sobre rodilleras; más tarde, cuando no fue posible, compró a Januario, un sirviente que lo llevaba y traía al trabajo. Cuando su aspecto fue terrible, lo cubrió con una capa negra de alto cuello y un sombrero de igual color y de alas anchas; si trabajaba al exterior, mandaba erigir una tienda alrededor de la obra para ocultarse de las miradas de los hombres… y de la mujeres. En este periodo, sus coterráneos olvidaron su nombre de pila y comenzaron a llamarle el “Aleijadinho”.
En el trabajo de una estatua grande, Januario y otro ayudante lo subían a la altura necesaria; cuando no pudo empuñar la maza y el cincel, hizo que se los atasen a sus lisiados miembros para seguir trabajando con una increíble y férrea voluntad. Paradójicamente, en esta etapa, llevó a cabo un enorme volumen de trabajo. Tenía 60 años y estaba irremisiblemente tullido, cuando acometió sus más famosos y apasionados proyectos: las “Estaciones de la Cruz” y la “Terraza de los Profetas”. Ambos se encuentran en Congonhas do Campo, pueblecito montañés a 65 kilómetros de Ouro Preto. Para la iglesia del “Buen Jesús” de esta ciudad, el Aleijadinho realizó un total de 78 esculturas, tardando en su realización nueve años. Los doce profetas de 2,50 metros de altura y esculpidos en piedra, están en la terraza de la iglesia, (Según los críticos, excepto el Moisés de Miguel Angel, son en muchos aspectos, las representaciones escultóricas mas fieles del Antiguo Testamento, jamás ejecutadas). Sesenta y seis tallas en madera a tamaño natural, representando la vida de Jesucristo en la tierra, están repartidas en seis capillas especiales en el jardín del templo.
Las facciones de los soldados romanos que ultrajaron a Jesucristo en el vía crucis, muestran el talento del escultor para la caricatura y el retrato. Se dice que, con su siniestra fisonomía, representan la venganza del artista contra los patanes de la localidad que lo hacían objeto de escarnio cuando transitaba silenciosamente por las calles de Ouro Preto. Más de uno de sus paisanos se estremeció al verse representado en aquellas figuras.
Falleció a los 76 años, ciego e imposibilitado, torturado por el dolor hasta el final, fue sepultado en una de las iglesias construidas por su padre, en el altar de Nuestra Señora de la Buena Muerte, en la ciudad donde nació.