El férreo escultor tullido (I)

En una recóndita población minera de Brasil, se elevan doce imponentes profetas de piedra en la terraza de una iglesia enclavada en las alturas de la montaña. Estas majestuosas esculturas, talladas hace 200 años, conservan su impresionante austeridad bíblica y han desafiado el tiempo y los cambios acaecidos, suscitando la curiosidad y excitando la imaginación del visitante. Este poderoso y extraordinario grupo monumental, durante mucho tiempo desconocido fuera de Brasil, es el trabajo de un escultor y arquitecto, venerado por sus compatriotas, con el sobrenombre de “O Aleijadinho” (El pequeño tullido).

Antonio Francisco Lisboa, 1738-1814, nació en Ouro Preto, población dedicada a la minería del oro y situada a 500 kilómetros al norte de Río de Janeiro. Nació esclavo, hijo natural del arquitecto portugués Manuel Francisco Lisboa y una esclava negra africana, Isabel. En el bautismo, el padre otorgó su emancipación y la de su madre; puesto que la ilegitimidad de nacimiento no era muy censurable en Brasil, el niño se crió en la casa paterna. El mozalbete Francisco, era de tez negra, corpulento, cabezón, de grandes orejas y nariz puntiaguda; de carácter alegre, divertido y jovial. Sus manos eran grandes y fuertes pero delicadas manejando con extrema y sorprendente soltura el lápiz para dibujar asombrosamente las hermosas iglesias que estaban haciendo famosa la ciudad. Ante tal facilidad para el dibujo, su padre lo alentó para llevar a cabo estudios de talla en madera, en piedra y conocimientos de arquitectura. Cuando su progenitor murió inesperadamente mientras llevaba a cabo los proyectos sobre una iglesia ,Francisco que se acercaba a los 30 años,finalizó los trabajos tan acertadamente, que fue reconocido como excelente escultor y arquitecto de templos.

La ciudad de Ouro Preto, enclavada en el estado interior de Minas Gerais, llegó a tener 100.000 esclavos negros y millares de aventureros libres, de toda raza, calaña, índole, ralea y condición. Todo ello debido al apogeo de la fiebre del oro y diamantes en aquella región; el nombre de “Oro Negro” se debe a las oscuras pepitas de mineral de allí arrancadas. Toda esta riqueza, y el agradecimiento a Dios por los vecinos de la ciudad, propició la construcción de innumerables monumentos, iglesias y templos con interiores resplandecientes de oro labrado y numerosísimas esculturas, en un particular estilo Colonial Barroco.Obviamente, se demandó la pericia de pintores, carpinteros, albañiles, doradores, canteros, tallistas, estucadores y, por supuesto, del mejor escultor y arquitecto de la ciudad, Antonio Francisco Lisboa.

Nuestro artista, sin ser descreído, no era especialmente devoto; joven, reconocido y próspero, pasaba las noches vagando por las ruidosas tabernas abarrotadas de mineros buscadores de oro y visitando alguna que otra casa de lenocinio, fornicio y prostitución, de aquella esplendorosa ciudad, (Actualmente, declarada patrimonio de la humanidad por ser el mayor conjunto Barroco Colonial del mundo). Si en aquel momento de su carrera hubiera muerto en alguna pendencia nocturna, nadie le recordarían hoy, ni siquiera en su país.

Pero no podía sospechar que tras estos años de disoluta vida, le esperaba una desgarradora tragedia que debería arrastrar el resto de su existencia.