El caballero de la orden de Santiago

 

Hace tres décadas, la casa del artista estuvo a punto de ser demolida. Situada en la calle Padre Luis María Llop, nº 4, en un barrio céntrico de Sevilla. Pasó a ser una galería de arte y actualmente son sus propietarios los afamados creadores de moda Jose Víctor y Jose Luis o lo que no es lo mismo: Victorio & Lucchino. En ella llevan a cabo sus creaciones estos dos artistas porque quizás entre las paredes de la antigua casa llegue antes la inspiración, ya que fue el hogar que habitó un excelso pintor, genio del Barroco y, como dijo el impresionista Manet cuando visitó el Prado: «… par mí, uno de los mejores pintores de todos los tiempos…»

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez nació en la capital hispalense en 1599 y murió en Madrid en 1660. Al parecer sus padres descendían de antepasados que pertenecían a la nobleza. Además de destacar en otras disciplinas, cuando joven, ya sentía especial predilección por la pintura, por lo que, a los once años entró de aprendiz en el taller del pintor sevillano Francisco Pacheco. El maestro descubrió en el muchacho tales aptitudes para la pintura, que se volcó en él para prestarle toda la atención posible. Cuando el joven tenía tan sólo diecisiete años, recibió con el asombro de todos, el título de maestro pintor. Con igual precocidad, a los dieciocho años se casó con Juana, la hija del maestro. Pasado el tiempo y al igual que hiciera Velázquez, su mejor discípulo, Juan Bautista del Mazo, se casó con su hija Francisca.

Pronto comenzó a ser conocido en Sevilla pero su principal meta era triunfar en Madrid. Viajó a la capital del reino para solicitar una audiencia con el rey, cosa que no consiguió, pero pintó el retrato del afamado genio de las letras Luis de Góngora, lo que motivó opiniones muy favorables en la corte.

Al año siguiente el valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, sevillano como Velázquez, le manda llamar para pintar al rey. El monarca queda asombrado de las cualidades del artista e inmediatamente lo nombra “Pintor de cámara” y poco después, “Pintor del Rey”, tan sólo él puede retratarle. Felipe IV, entendido en arte, lo trató como a un amigo, saltándose el protocolo, a la sazón, de una gran rigidez; teniendo además en cuenta que por aquellos tiempos, por importantes que fueran los artistas, eran considerados por los poderosos como simples artesanos. El monarca gustaba de visitarle en plena faena en su taller para verle trabajar y al mismo tiempo charlar con él.

Entabló amistad con Rubens quien por sus cometidos diplomáticos, residió en Madrid durante un año; éste le aconsejó que visitase Italia y así lo hizo en dos ocasiones. Durante más de dos décadas pintó retratos al rey, a la nobleza y la conocida serie de los bufones de la corte. Además llevó a cabo temas religiosos como “San Antonio Abad y san Pablo ermitaño” (Prado); mitológicos como los famosos “La fragua de Vulcano” (Prado) o “Los borrachos” (Prado) e históricos como la famosa tela “Rendición de Breda” (Prado).

Pero el pintor por encima de su fortuna y posición en la corte, lo que más deseaba era conseguir el nombramiento de caballero. Deseo harto difícil por los requisitos muy estrictos requeridos para tal concesión. Tras serle denegado, hubo de intervenir el rey que rechazó la decisión negativa. El monarca solicitó un permiso especial al papa Alejandro VII y Velázquez recibió el titulo de “Caballero de la Orden de Santiago” el 28 de noviembre de 1659. Al año siguiente moría el pintor, enterrado con el hábito de caballero en la iglesia de San Juan Bautista. Apesadumbrado el rey por la muerte se su pintor de cámara y amigo, ordenó plasmar en su pecho la cruz de la orden de Santiago; y a sí la luce Velázquez en “Las meninas” (Prado), lienzo que había pintado tres años antes.