El retrato (y II)

Le recordé a D. Antonio lo de aquel lejano bosquejo de retrato y pude comprobar que su genio continuaba incólume, me preguntó: “¿Y qué hiciste con el dibujo? seguro que te limpiaste el…” (otra frase no menos escatológica). Le dije que lo había extraviado, como así había sido. Durante un tiempo lo guardé entre mis láminas pero al final se perdió. De conservarlo, hoy estaría enmarcado y expuesto en un lugar preferente de mi casa.

En el arte, un retrato es la representación de la figura humana (principalmente el rostro), de manera tridimensional, cuando es una escultura, o en dos dimensiones, si es dibujo o pintura  pintura. Se han realizado retratos a lo largo de la historia del arte, desde los egipcios hasta nuestros días. Se han utilizado todas las técnicas y materiales al alcance de los artistas, llevados a cabo en todas las tendencias y han evolucionado, desde un trabajo minucioso, perfeccionista, meticuloso y objetivo, hasta un dislocado y cubista retrato de Picasso.

Antes del descubrimiento de la fotografía y gracias al retrato, conocemos a infinidad de personajes históricos; cómo eran (no sólo en sus rasgos físicos), sino en la forma de ser, su carácter, su estado de ánimo y hasta su manera de pensar. Además podemos estudiar cómo vestían aquéllos personajes, sus trajes, peinados, joyas, sombreros, calzado y toda clase de complementos. Todo un muestrario de modas y tendencias, en las que más de un diseñador se ha inspirado.

En numerosas ocasiones, el artista plasmó los rasgos de alguna persona importante, indirectamente y por distintos motivos. En “Las bodas de Caná” del Veronés, impresionante óleo de 9,90 x 6, 66 m. (Louvre), el pintor ha retratado entre otras figuras relevantes a Francisco I, María Tudor, Carlos V y el propio autor tocando la viola, acompañado por Tintoretto, y por Ticiano tocando el bajo.

En una de sus visitas a la Capilla Sixtina, para inspeccionar los trabajos de Miguel Ángel, el Papa Julio II pidió opinión sobre las pinturas a su acompañante  (maestro de ceremonias), Micer Biagio da Cesena. Esta persona agria y remilgada, contestó que le parecían irreverentes por la forma deshonesta de mostrar sus vergüenzas, y que eran más propias de unos baños públicos o de una posada. Tras una fuerte discusión del crítico con el artista, éste se vengó de sus opiniones. Nada más salir los visitantes, “El terrible” comenzó a pintar de memoria su retrato en la figura de Minos, lo colocó en el infierno entre una multitud de diablos y una serpiente enroscada a sus piernas. De nada sirvieron las súplicas de Micer Biagio al Papa y al propio artista para suprimir aquel retrato; allí puede observarse hoy como recuerdo. En “El entierro del Conde de Orgaz”, el Greco retrata a su hijo arrodillado, al lado de San Esteban.

Pero además, los artistas han retratado a miles de personas anónimas que fueron inmortalizadas al tomarlas como modelos. En 1497, el prior de Santa María de la Gracia (Milán), se quejaba a Ludovico Sforza (mecenas de estos dominicos), de que, el ya citado, Leonardo da Vinci, tenía el mural ”La última cena” de su refectorio, inacabado durante dos años, le faltaba pintar la cabeza de Judas. Ludovico “El Moro” traslada las quejas al genio y éste alega que visita día tras día el borghetto (barrio marginal), sin encontrar a algún rufián que le sirva de modelo para la representación del mal, tal y como lo tenía en su mente, pero que si no encontraba aquel rostro, colocaría el del prior, que también encontraba idóneo para este personaje.