Encargos atípicos

No ocurre con mucha frecuencia pero en ocasiones me han llegado encargos “simpáticos”, que no he tenido más remedio que rechazar por incompatibilidad con

Encajera Bronce Lillo Galiani

Encajera
Bronce
Lillo Galiani

mi quehacer. Tal es el caso de la señora que visitó mi taller para ver si podría restaurarle un mueble que no supe cómo era porque no llegué a verlo. Le habían dicho que por mi barrio había un restaurador (mal informada) y al no encontrarlo, como había alquilado una furgoneta para llevarlo, no quería perder el viaje, pensando que yo podría hacerlo.
En otras ocasiones los he hecho por cortesía como aquella señora que me trajo una pequeña pieza de una lampará de bronce también denominadas arañas. Se había partido y me preguntaba si yo podría arreglársela pues ignoraba quién podría hacerlo y, habiéndole aconsejado que quizás yo le resolvería el problema, me la traía. Le dije que no disponía en mi taller de la soldadura apropiada para ese tipo de metales y pensé haberla enviado a uno de chapistas donde sí tiene soldadura oxiacetilénica. Pero, quizás, al ser una cosa nimia o chapucilla no la hubieran atendido. Para solucionarle el problema, le comenté que podría dejarme la pieza y cuando fuera a la fundición, con mis trabajos, me la llevaría. Así lo hice y, como favor, me soldaron y cincelaron el adorno de tal manera que parecía nuevo. No necesité volver a por él pues me lo repararon mientras yo me encontraba allí. Cuando la señora fue a recogerlo me preguntó qué me debía; pero como nada me cobraron, nada le cobré. Me pregunté si le habría parecido caro porque apenas me saluda por la calle.
En una exposición individual en la localidad vinatera de Tomelloso, entró un visitante para ver la obra. Tras echar un largo vistazo a las esculturas, se interesó por una en concreto y, tras una amena charla, decidió que se quedaba con ella. Al mismo tiempo me comentó si podría reparar el brazo roto a una pequeña escultura de resina que ya poseía, a lo que no pude negarme. Marchó a su casa, me trajo la figura y cuando acabó la exposición se personó a retirar la escultura que me había comprado, me abonó su importe y le entregué la que le había restaurado, naturalmente, sin costo adicional. Muy agradecido me invitó a un café junto con un amigo que le acompañaba, también muy simpático y que resultó ser Diógenes López García, pintor autodidacta, hermano del hiperrealista Antonio y fallecido el pasado junio a los 72 años.