Josito

 

Desatino Bronce y hormigón José Lillo Galiani

Desatino
Bronce y hormigón
José Lillo Galiani

Me llamó por teléfono presentándose como Josito y era de Puertollano. Tras un rato de hablar solo, me preguntó si yo era el escultor. Quería que le realizara un trabajo en bronce pero le gustaría hablar conmigo personalmente para darme detalles. No tenía medio de transporte por lo que me rogó si podría desplazarme a su domicilio. Me aseguró que estaba muy interesado en llevar a cabo su deseo y que casi me aseguraba que el encargo se realizaría. No muy convencido pero aprovechando el viaje para presentar una obra en el Certamen de Artes Plásticas de la ciudad minera, concerté con él un encuentro. Una vez entregada la escultura me acerqué a su casa. Al preguntar a un transeúnte por Josito, éste me contestó : “¿la casa de Josito?, ¡pues claro hombre!”. Me di cuenta que sería un personaje singular y muy conocido aun tratándose de una población tan grande.
En una de las ventanas de la fachada, exponía a modo de escaparate, una figura religiosa de gran tamaño adornada con flores. Llamé a la puerta, me abrió, me presenté y me recibió con una sonrisa y un fuerte apretón de manos. Era de mediana estatura, bien parecido y de una edad que podía oscilar entre los cincuenta y sesenta años. De voz agradable, tono jovial, educado en el trato, simpático, dicharachero y de verbo fácil. Estaba soltero y por su expresión corporal me recordó a nuestro querido Ginés aunque Josito era más alto y guapo. En el pasillo mostraba otras figuras religiosas de menor tamaño y múltiples cuadros y fotografiás colgadas de las paredes, quizás un poco abigarrado. Me hizo pasar a una salita igualmente repleta de adornos, ajadas flores naturales, de papel y recuerdos variopintos. Y tras un largo preámbulo, como pude observar era su costumbre, me indicó cual era su propósito. Quería una escultura de un metro de altura, representando a un minero. Josito lo había sido y así quería perpetuarse en bronce cuando muriera. Esta escultura, costeada a sus expensas, se colocaría en su tumba. El gigantesco y broncíneo minero que preside la ciudad desde el cerro de Santa Ana (de José Noja), no le gustaba. Me advirtió que la figura tendría que ser realista y con todo detalle. Debería reflejar, naturalmente, sus facciones y la indumentaria propia de los sufridos trabajadores de las profundidades: recias botas, mono, casco lámpara de carburo, pico etc. Para el parecido me mostró numerosas fotos de tiempos pasados de jaranas y farras carnavalescas disfrazado, entre otros, de cañí con sombrero ladeado y camisa de lunares anudada a la cintura y, por supuesto, mostrando el ombligo. Me dijo que había estado ahorrando mucho tiempo para costearse este deseo.
Me despedí haciéndole saber que cuando calculase el costo de la escultura se lo haría saber. Así lo hice y me aceptó inmediatamente el presupuesto, ofreciéndome, entusiasmado, un adelanto que no acepté, aquel personaje me inspiraba confianza. Le dije que en breves fechas me pasaría nuevamente por su casa para hacerle unas fotos y recoger algunas más de su colección. Pero, ¿quién sabe lo que está por venir y los aciagos sucesos que el destino puede depararnos? Pasados unos día, me llamó y me dio la noticia entre sollozos y angustiosos lamentos. Su casa se había incendiado y tendría que emplear sus ahorros en reconstruirla. Me pedía perdón por las molestias que me había causado. Muy consternado traté de confortarlo, si no podía llevar a cabo su deseo al menos, le dije, la reconstrucción de su vivienda podría ser motivo de nueva ilusión y entretenimiento. Josito murió hace unos años, muy querido y respetado por sus conciudadanos.