El encargo que no lo fue

A lo largo del tiempo he relatado muchas anécdotas pues de eso, entre otras, cosas va esta sección referidas a otros tantos artistas. Considerándome yo del gremio, relataré algunas que me han ocurrido ahorrándome, de este modo, el trabajo de espigar bibliografías y sólo echar mano del archivo de mi memoria que aún, creo, está operativo. Y como sólo se dice el pecado pero no el pecador, omitiré nombres y travestiré lugares no por olvido, ya lo he dicho, sino por discreción.
En la realización de un encargo concurren varias circunstancias entre las cuales, a veces, no es la más importante el dinero. Hace algunos años un conocido me facilitó un nombre y teléfono al que debía llamar para un posible trabajo. Según me informó, los comitentes eran de un pueblo cuyo nombre “hace referencia al conjunto de bienes que el finado deja a sus familiares más cercanos”. Me dijo que eran unos señores forrados de billetes hasta las cejas, hasta las trancas, hasta las orejas, podridos de dinero, vamos. El padre, que acababa de fallecer, y los hijos, se dedicaban a la construcción de naves industriales en la provincia de Madrid; eran los felices años de la pompa, de jabón, inmobiliaria.
Llamé al número indicado preguntando por el Sr. D.D. (no se llamaba, o llama, Don Diego, naturalmente, pero valgan estas iniciales para Don Dinero). Una vez explicado el motivo de mi llamada, la secretaria, amablemente, me hizo saber que D.D. no podía atenderme en aquellos momentos. Con la misma amabilidad le dije que cuando D.D. lo creyera conveniente podía llamarme. Al día siguiente así lo hizo. Me explicó, a su manera, que pensaban honrar la memoria de su padre, no con un busto en bronce sino con una figura completa y a tamaño natural para colocarla en las oficinas de su boyante negocio de construcción. Pero no acababa allí el encargo, además querían dos mulas aparejadas, a tamaño natural también de bronce, para colocarlas en el carro que su padre utilizaba para desplazarse a la huerta en la que se entretenía en sus ratos libres como potente constructor y en la que había trabajado cuando no era más que un humilde labriego. A cuántos no encumbró la burbuja y a cuántos no hizo morder el polvo, de cemento, estrepitosamente. No sé, ni me interesa, cómo andarán éstos de la yunta. Comprendí que D.D. sólo tenía eso, mucho dinero y poco más. Yo imaginaba dos mulas, con arreos, todo de bronce uncidas a un carro normal y corriente de madera. Me preguntó, naturalmente, cuántos “billetes” costaría el encargo. Le contesté que dependería del valor de esos billetes y, ya en serio, tendría que elaborar un proyecto tras tener en cuentas varios aspectos, entre ellos los costos de fundición, advirtiéndole que era un encargo muy laborioso, considerando, además, que un retrato requiere tiempo por aquello del parecido y otras cosas. Por tanto, los costos podrían ser elevados. Pero como D.D., pensando que aquello se hacía tan rápido como colocar ladrillos, quería saber ¡ya!, el importe aproximado del conjunto, le dije, para hacerse una idea, que un busto a tamaño natural (cabeza y pecho, para que me entendiera), fundido en bronce podría tener un importe de “tantos billetes de a tantos euros”. Se hizo un silencio monacal, de camposanto a media noche. Puedo asegurar que el precio dado fue normal tirando a bajo e ignorando lo aforrados que, según mi conocido, estaban aquellos señores. Al fin oí que D.D. me contestaba, con voz queda, haciéndome saber que una vez hubiera consultado a su hermano, me darían razón. Yo supe al instante que nunca obtendría respuesta, como así fue.

Monumento al General Espartero en su ciudad natal Granátula de Calatrava.( Ciudad Real) J. LilloGaliani

Monumento al General Espartero en su ciudad natal Granátula de Calatrava.( Ciudad Real).
Autor: J. Lillo Galiani