Pátinas

“Especie de barniz duro, de color aceitunado y reluciente, que por acción de la humedad se forma en los objetos antiguos de bronce”. Es lo que la RAE, en su primera acepción, especifica sobre la capa

Maternidad del muñeco Bronce patinado en verde José Lillo Galiani

Maternidad del muñeco
Bronce patinado en verde
José Lillo Galiani

generada sobre las superficies broncíneas a lo largo del tiempo. Es una definición general y sin matices que no entra en detalles, cosa lógica.
Exceptuando los bronces dorados o pulidos específicamente para mostrar el color del bronce, a lo largo de la historia de la escultura se han tratado las superficies para conseguir pátinas, es decir, el color superficial característico de este metal. Debe quedar claro que una pátina no es pintar la superficie del bronce, eso queda para las imitaciones en yeso u otro material.
Es sabido que la oxidación del hierro se produce no sólo en la superficie sino que penetra en la masa. Un hierro enterrado puede a llegar a desintegrarse totalmente quedando, en el mejor de los casos, una masa informe. No ocurre lo mismo con las aleaciones de cobre. Una vez cubierta toda la superficie por una película, que suele ser verdosa, la masa es protegida por esa misma capa. De manera natural, puede formarse según las características de la intemperie: clima seco, húmedo, marino etc. Este último produce unas patinas feas que pueden llegar a producir chorreones verdes en los pedestales de las escultura. Si las piezas han estado enterradas o bajo el mar, las pátinas serán diferentes. Para que una escultura de bronce adquiera esa pátina natural, dura, verdosa y reluciente, han de haber pasado muchos, muchos años.
Y como no es posible esperar tanto tiempo para que un trabajo adquiera esas bonitas pátinas, se ha echado mano de la química para producirlas de manera más rápida, tan bellas y más variadas que las que, de manera natural, pueden producirse.
Una vez que en la fundición se ha terminado de cincelar la pieza escultórica, limpia totalmente y en su color dorado, se procede a dar la pátina que puede ser con dos procedimientos: a fuego o sin él. Se proyecta sobre la pieza la llama de un soplete y cuando la superficie está muy caliente se dan a brocha ciertos ácidos diluidos en agua. Sin calor pueden emplearse otros tipos de ácidos por inmersión de la pieza o, si es muy grande, igualmente a brocha. Las pátinas a fuego son más transparentes y delicadas. El bronce reacciona con los ácido de manera casi instantánea y adquiere la patina. Productos empleados en el Renacimiento, y menos ahora, son el limón, vinagre, grasa animal, sal, orina etc.
Una vez seca la figura, se le aplica una mano de cera (puede ser de muebles o zapatos) y se frota con un paño. De esta manera se consiguen bellas gamas de verdes, marrones, rojos, pardos y blancos. Al manosear una escultura, el sudor o grasa de los dedos reaccionan en la superficie y eliminan la pátina, apareciendo nuevamente el color dorado, muy normal en esculturas al alcance de los observadores que gustan de tocarlas.