Niño de la guerra

Cerca de su casa con otros amigos, jugaban haciendo  muñecos de barro y siempre destacaba  entre ellos en esta actividad. De improviso, aparecieron en la calle tres hombres; uno tenía la cara ensangrentada, como un Ecce homo; los otros dos le habían propinado una bestial paliza por motivos políticos. El niño quedó impresionado de tal manera que tomó el barro de sus juegos y comenzó a modelar una cabeza. Los vecinos y compañeros no vieron un retrato, propiamente dicho, sino más bien la representación del dolor y la injusticia que se había cometido con aquel hombre. Este hecho, no sólo quedo grabado profundamente en el futuro artista sino que confirmó rotundamente la decisión de dedicarse a la actividad escultórica.

Juan Haro Pérez nació en Cuevas de Almanzora (Almería) en 1932. Tiempos difíciles, de convulsiones sociales que desembocarían en una guerra fratricida. Con apenas dos meses, su modesta familia se traslada a Barcelona en busca de mejores perspectivas. Tras los durísimos años de la guerra y desde muy joven, Haro quiere ser artista. Superando todo tipo de dificultades se inscribe en un curso nocturno de dibujo; fuera del mismo, modela el barro por su cuenta y contacta con los artesanos de la piedra de los que aprende la técnica de la talla. Todo esto sin restar tiempo a sus estudios. Su familia se extraña de esta afición pero nunca le ponen cortapisas, aunque algo preocupados por el excesivo trabajo del joven.

Consigue ingresar en la Escuela de Bellas artes pero considera insuficientes, anticuados y bajos de nivel los programas oficiales. Acostumbrado a su hiperactividad, complementa la academia con clases de desnudo del natural que organiza Fomento de las Artes Decorativas. Dibuja incansablemente, su cuaderno de apuntes siempre va en su bolsillo, realiza cientos de bocetos, cuerpos y rostros anónimos, para él apasionantes.

Solicita ser destinado a Marruecos para cumplir el servicio militar y al regreso del mismo, en 1956, hace la maleta para viajar a Hispanoamérica. Primero Colombia, luego Venezuela donde imparte clases de Historia del Arte, realiza encargos y vende su obra. Pero debe abandonar el país por cuestiones políticas. Pasado un tiempo con la familia, siente la llamada de París, y allí se dirige. Funda y es nombrado presidente de la Asociación de Artistas Españoles en París para la ayuda mutua de estos creadores y dar a conocer su obra en el extranjero. Viaja por distintos lugares de Francia conociendo su arquitectura y monumentos. Pero el acontecimiento más importante fue conocer a su futura esposa, María, que se doctoraba en Física y Química. Tras cinco años de casados y nacido un hijo, regresan a España, instalándose en Madrid.

Haro fue un artista acreedor del apelativo “escultor”, de la voz latina sculpere: tallar la piedra, para arrancarle directamente la figura escondida. No temía a los materiales duros como el granito o basalto; si encontraba accidentalmente una piedra en el campo que pudiera ofrecerle algo, lo cogía de ella. De una piedra en la playa, arrogante y destacando de las demás, esculpe “La aristócrata”, de moño alto y expresión altiva; el  pedrusco de granito, agobiado por su propio peso lo transforma en “Cabeza de viejo púgil”; y de la piedra grande en el fondo de un barranco rodeada de piedrecillas a las que parece sojuzgar esculpe, allí mismo, “El dictador”. Maternidades desgarradas, abrazos emotivos y toda una serie de sentimientos humanos, es la escultura comprometida de Juan Haro.

Inexplicablemente, su persona y su obra permanecieron en el anonimato en los últimos años; quizás banales tendencias, acompañadas de ampulosas y vacías críticas, ocultaron la obra recia, verdadera y auténtica del escultor. Juan Haro murió en Mayo de 2009.