El erotómano

Cuando se aburría en Viena, se dirigía a la estación de ferrocarril, elegía, casi al azar, cualquier itinerario y tomaba un tren. Si lo hacía a  Bregenz (500 kilómetros de la capital), al llegar a la estación de destino, tomaba el primero  que lo devolviera nuevamente a la ciudad de los valses. Amó los trenes durante toda su vida no sin razón. A los once años, sentado en el suelo observando el trayecto circular de un tren de cuerda, reproducía todos los sonidos propios de los dragones humeantes: el agudo chillido del silbo de vapor, el traqueteo de  los vagones, el movimiento de las bielas, los frenazos chispeantes sobre los  raíles y otros tantos sobrecogedores gritos de aquellos monstruos de acero. Cosa natural porque todo ello lo había vivido en primera persona desde que tenía uso de razón; aquel había sido su mundo infantil. El abuelo había sido ingeniero ferroviario, su padre jefe de estación y una de sus hermanas también trabajó para el ferrocarril.

Egon Schiele (1890-1918) nació en Tullnn a treinta  kilómetros de la capital austriaca. Algunos de sus cuadros parecen haber sido pintados desde la ventanilla de un tren. En los años de escuela, solo se interesaba por el dibujo. Su padre, al que adoraba, fue de las pocas personas que apoyó sus aficiones artísticas. Pero, desgraciadamente, murió cuando él tenía quince años. Ante la precariedad familiar, un tío se hace cargo del muchacho como tutor. En 1906, con la fuerte convicción de ser artista,  ingresa en la Academia de Bellas Artes de Viena, enfrentándose a la oposición de su madre y tutor.

Pero a los dos años abandona el centro, en desacuerdo con su estricto programa. Conoce las pinturas de Gustav Klimt y a partir de entonces será, admirador permanente de su compatriota y después amigo. En la primera ocasión que se conocieron, el joven artista propuso, con timidez, intercambiar algunos de sus dibujos por uno de Klimt; éste, alagado, le expuso: ‹‹ ¿Porqué quiere cambiar sus dibujos conmigo? Al fin y al cabo, usted dibuja mejor que yo…››. Y el maestro aceptó el cambio comprándole, además, otros dibujos.

Ante la modelo, su trazo era seguro, dibujaba sin corregir, nunca borraba, si era necesario cosa infrecuente, tiraba la hoja y comenzaba de nuevo. El color lo añadía después, de memoria, cuando la modelo no estaba. En sus cuadros, dos temas fueron realmente obsesivos: autorretratos y desnudos. En el  primero llevó a cabo varias decenas. El segundo le acarreó disgustos y las más duras críticas. Se le acusó de erotómano, desvergonzado y procaz. Sus pinturas fueron tachadas de esperpénticas, grotescas, perturbadoras, provocativas, soeces y pornográficas. Para otros, sin embargo, sus desnudos son expresivos, reales, atrevidos, de una belleza y verdad extraordinarias.

En abril de 1912, fue detenido en Neulengbasch, pequeña localidad donde tenía su estudio, acusado de inmoralidad y deshonrar a una menor. Desestimado este hecho, pues sólo había dibujado a la modelo, eso sí, muy jovencita, se le destruyó un dibujo y fue condenado a tres días de arresto; cumplidos sobradamente pues estuvo más dos semanas en la cárcel.

En 1915 se casa con Edith Harms, participa en numerosas exposiciones, su fama se incrementa. En 1918 ya ocupa el estatus artístico al cual había llegado con esfuerzo y tesón. Pero la “gripe española” se extiende por Europa, alcanza de lleno a Viena y el 28 de octubre muere su mujer, embarazada de seis meses. Tres días después, ya contagiado, fallece a los veintiocho años.