Inhumación y exhumación de D. Quijote y Sancho (II)

Exhumación
Pasado más de un año del enterramiento del hidalgo y su escudero, con sus correspondientes caballerías, necesité de los mismos para presentarlos a un concurso.

Pertrechado del mismo azadón y acompañado en esta ocasión por mi mujer, nos dirigimos al campo para llevar a cabo la exhumación de los inmortales. No necesitamos ningún plano apergaminado para encontrar el lugar porque yo sabía perfectamente donde se hallaba “mi tesoro”; aún era visible el rodal de tierra removida .Comencé, cuidadosamente, a cavar la dura tierra con la sensación de haber escrito una carta a mí mismo, echada al correo con mi dirección y al recibirla, la abriera con la misma ilusión del que desconoce su contenido; aunque enseguida comprobé que a aquella carta le faltaba parte de su texto. Como ya comenté, la figura de Sancho se encontraba a pocos centímetros de profundidad y por la cantidad de tierra que llevaba extraída, ya debería haber aparecido; no fue así y sólo me topé con D. Alonso.

Sin querer aceptar los hechos seguí cavando con tal ahínco que, como acabábamos de comer, tal esfuerzo me produjo malestar y hube de sentarme un momento. Mi mujer, igualmente apesadumbrada ante la desaparición de Sancho, intentaba ayudarme sacando tierra con el enorme azadón, sin conseguir mucho y provocando mi sonrisa por sus inútiles esfuerzos a causa de la enorme y pesada herramienta. Definitivamente Sancho no estaba y entonces comprendí aún más al buen escudero, me solidaricé plenamente con él al recordar sus palabras de desconsuelo, sus tristes lamentos, sus amargos sollozos, sus desgarradores quejidos y sus lágrimas de desesperación cuando el malvado bandido, facineroso, truhán y desagradecido galeote, Ginés de Pasamonte, le robó su querido rucio con nocturnidad y alevosía: « ¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer…».

Volvimos a casa contrariados y afligidos sin saber qué podía haber ocurrido; quién se habría llevado mi escultura. Pero enseguida sacamos conclusiones bastante acertadas tras algunos razonamientos. El terreno en cuestión, no muy extenso, carece de vallas, por él transitan en todas direcciones los cazadores cuando se levanta la veda –tienen colocadas en éste, las tablillas indicadoras de acotado, a lo que yo nunca me he opuesto- posiblemente, al acabar ese mismo verano y comenzada la caza, alguno de ellos se topó con la tierra removida y, con poco que escarbara, daría con la primera figura; tiró de ella sin sospechar que la segunda, con su capa de tierra, estaba más abajo. Comenté mis elucubraciones a un amigo cazador y las encontró plausibles. De todas formas, son suposiciones y cualquiera podría haber dado con el enterramiento sin llevar escopeta. Descarté que alguien utilizara un detector de metales porque se habrían llevado las dos figuras, ya que al día siguiente, y para cerciorarme totalmente de la desaparición, pedí prestado un detector y ausculté minuciosamente cada centímetro del terreno, siendo mi rebusca infructuosa y acabando así mi infausto experimento. El buen escudero seguirá cabalgando, dirigiendo a su rucio con el ronzal y la rodela de su señor a la espalda. Desde aquí, querido Sancho, broncíneo hijo mío, donde quiera que te encuentres, un tierno recuerdo.

Por cierto, la pátina ocrácea que tomó D.Quijote no me fue difícil conseguirla en el “tercer” Sancho que hube de realizar (el segundo sufrió importantes defectos de fundición) para completar la pareja, en menos tiempo y sin ningún riesgo.